
Mónica es una niña de unos 12 años que vende rosas de noche por las calles de Medellín, junto con otro grupo de niñas a las que llega a sumarse Andrea, de 10 años, que ha huido de su casa por los golpes de su madre. A lo largo de una noche (la del 23 de diciembre de un año cualquiera) y del día siguiente, La Vendedora de Rosas nos lleva a conocer el entorno en el que vive Mónica, los demás niños y seres con los que se relaciona.
Esta película colombiana, dirigida por Víctor Gaviria, tiene varios puntos a su favor que hacen difícil analizarla estrictamente desde el punto de vista cinematográfico. Este es uno de los raros casos en que la realidad trasciende la pantalla por varios motivos.
Uno de sus muy grandes aciertos es que Gaviria utilizó a niños de la calle y no a actores. Así mismo, filmó todo en las calles de Medellín, en escenarios reales y no en lugares redecorados. Esto le da un toque de autenticidad profundo a la película. Porque los rostros que vemos, la ropa que usan, las expresiones que dicen al hablar, los lugares como bares, calles, y habitaciones de pensiones o casuchas donde viven los personajes, todo es auténtico. Retomar ese tipo de escenarios e intentar, desde una perspectiva clasemediera "redecorarlo" o "recrear a los personajes" para una película, simple y sencillamente no hubiera sido igual. Y que algún actor profesional hubiera encarnado a Mónica (pienso en Catalina Sandino Moreno, la de María llena de gracia, por ejemplo, para nombrar a otra colombiana), no hubiera resultado. Quizás lo hubiera logrado a nivel actoral, pero no a nivel de presencia física, porque hay algo en el mestizaje de rasgos, el pelo, la estatura, la manera de caminar y moverse, que los actores no pueden, por mucho que lo estudian, replicar.
Eran tan reales las escenas y los actores, que en algunos instantes, cuando miraba a la pequeña Andrea entrar en un cuarto lleno de rufianes, yo me estremecía y recordaba de inmediato tantas caras vistas en el centro de San Salvador, en el Mercado Oriental de Managua, en la zona de Tracopa-Coca Cola, acá en el centro de San José. Rostros terribles de seres capaces de cualquier cosa, como ocurre más de una vez en la película, en que estar tan fácil puyar (meterle un objeto corto-punzante) a alguien, nada más por que sí. Esas expresiones que van más allá del rostro, que emiten desde todo el cuerpo lo peor de la miseria humana, me parece que no puede revivirlas un actor, por muy bueno que sea. Y me pasó algo muy curioso: tenía la impresión de ya haber visto los rostros de los niños y de los adultos involucrados, tan reales eran. Y seguramente he visto sus rostros en el centro de San Salvador tantas, pero tantas veces...
Otro acierto de la película es el guión. Me parece que se trabajó con una línea argumental básica, pero obviamente no hubo diálogos preestablecidos (y si al caso los hubo, fueron pocas frases). Los actores hablan como se habla en el cotidiano de las calles, y eso le da otro toque de auténticidad y credibilidad a los personajes. El vocabulario es limitadísimo en palabras y a veces cuesta entender en realidad lo que dicen (recordemos que no son actores y que su dicción puede no ser clara), pero el oído se acostumbra y logra entender todo. El constante uso de "gonorrea" e "hijueputa" puede resultarle ofensivo a algunos espectadores (como leí en alguna página de internet), pero como digo, precisamente el vocabulario utilizado es la réplica exacta de cómo se habla en la calles de Medellín.
La acción está bien hilada mediante cuadros cortos, escenas de interacción entre los personajes y en ningún momento la película decae ni aburre. No hay efectos fotográficos ni trucos de ningún tipo y lo que vemos es lo que es. Pero quizás lo mejor de la película, y es finalmente su logro capital, es que Gaviria no nos chantajea emocionalmente a sentir compasión por los personajes, no nos echa un discurso social, no pretende convencernos de nada. Simplemente nos muestra la vida de los personajes para quienes drogarse, prostituirse, robar y matar son cosa de todos los días y ocurre con toda naturalidad. Estos son los personajes que nos roban en las calles, de los que tenemos miedo cuando caminamos por algunos lugares, los que esperamos no encontrarnos en una noche oscura y los que ojalá no nos vayan a asaltar y nos agredan nada más por que sí, como le ocurre a un taxista quien resulta puyado por El Zarco, y éste lo puya a pesar de ya tener el dinero en la mano, y lo puya nada más porque el taxista le dijo que no tenía dinero. ¿Cuántas, pero cuántas veces hemos visto eso pasar en nuestros países?
Para realizar esta película, Gaviria trabajó durante un año con un grupo de niños de la calle, se los llevó a vivir a una casa aparte para entrenarlos y que pudieran realizar sus papeles. Todos resultaron ser actores natos, o quizás, no les resultó difícil revivir y reinterpretar ante las cámaras su propia realidad. Lo lamentable de todo esto es que del grupo de 17 niños y adolescentes que actuaron en esta película, apenas 2 siguen vivos. Los demás han muertos precisamente por esa violencia de las calles. Lady Tabares, quien interpretó a Mónica, está presa por sospecha de haber matado, junto con su esposo, a un sicario.
En ese sentido, es que la película desborda la realidad, o la realidad a la película, no sé. Es lamentable que este proyecto no haya servido para redimir a un grupo de muchachos, que no soluciona el problema general de los niños de la calle en Medellín y en Latinoamérica, pero un niño que logre salir de allí, ya es un triunfo. A pesar de que a algunos, como el que interpretó El Zarco, le fueron ofrecidas la oportunidad de vivir y trabajar en España y Los Angeles, el muchacho se negó y terminó asesinado en alguna calle de su ciudad. Al igual que en la película, la vida real no les ofreció ninguna esperanza de salida de esta gonorrea hijueputa realidad.
El DVD no trae extras de ningún tipo. Me hubiera parecido interesante un documental sobre cómo Gaviria trabajó con los muchachos y un seguimiento del qué pasó con cada uno. Pero no se pierda de verla. De la gama de películas que pretenden mostrar fragmentos de la realidad latinoamericana (pienso en María llena de gracia, Voces Inocentes, Secuestro Express, entre otras), La Vendedora de Rosas me parece la propuesta más acertada.