martes, agosto 29, 2006

Viaje al imperio de las ventanas cerradas

Ventanas Cerradas.jpgDebo comenzar diciendo que tengo una relación algo complicada con la poesía. Me gusta, pero soy exigente. Me he sobre todo concentrado en lectura de poetas ya establecidos, considerados como clásicos (antiguos o contemporáneos). Me gusta la poesía original, la que me dice algo, la que no me intenta convencer ni imponer nada. Por supuesto que no me gusta la poesía que hace el grueso de la población que se autodenomina poeta y que creen que hacer poesía es hacer malabares de palabras o escribir un texto, cortarlo a media línea y voilá, "escribí un poema".

Lo cual no quita que siempre ande "probando", buscando nuevos poetas que me emocionen y que estén haciendo cosas interesantes, intensas, locas, profundas, con sustancia. Por lo general me decepciono. Basta leer unas 4 líneas para saber si alguien es poeta (con todo el peso de la palabra), si es alguien que tiene fibra y a quien haya que seguirle la pista o si es un simple aficionado que jamás pasará de allí.

Pero a veces se lleva uno agradables sorpresas, y de pronto he descubierto a más de algún buen poeta, más de algún profundo poema y más de alguna buena colección de poesía. Que es el caso del que quiero hablar hoy.



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sábado, agosto 26, 2006

¿Con qué puedo retenerte?

A Beatriz Bibiloni Webster de Bullrich





¿Con qué puedo retenerte?

Te ofrezco magras calles, ocasos desesperados, la luna

de los corroídos suburbios.

Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado

largamente a la luna solitaria.

Te ofrezco mis antepasados, mis muertos, los fantasmas

que hombres vivientes han honrado en mármol:

el padre de mi padre muerto en la frontera

de Buenos Aires, dos balas a través de sus pulmones,

barbado y muerto, envuelto por sus soldados

en el cuero de una vaca; el abuelo de mi madre

-con tan solo venticuatro años- encabezando

una carga de trescientos hombres en el Perú, ahora

espectros en desvanecidos caballos.

Te ofrezco cualquier agudeza que puedan contener

mis libros, cualquier hombradía o humor en mi vida.

Te ofrezco la lealtad de un hombre que nunca ha sido leal.

Te ofrezco ese meollo de mí mismo que he salvado,

de alguna manera: el corazón central que no

comercia con palabras, no trafica con sueños,

y está intocado por el tiempo, por la alegría,

por las adversidades.

Te ofrezco la memoria de una rosa amarilla vista

en el ocaso, años antes de que hubieras nacido.

Te ofrezco explicaciones de ti misma, teorías sobre ti misma,

auténticas y sorprendentes noticias de ti misma.

Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre

de mi corazón; trato de sobornarte con

la incetidumbre, con el peligro, con la derrota.



De El otro, el mismo

Traducción de Roberto Fernández Retamar